Según los expertos, la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París representa un retroceso en la lucha contra el cambio climático, que provocará altos costos ambientales, humanos y económicos. Al mismo tiempo, los gobiernos del mundo ya proyectan polémicas soluciones tecnológicas para abatir el fenómeno, como la geoingeniería y la gestión de la radiación solar
Elva Mendoza
En junio pasado, el gobierno de Estados Unidos, por conducto de su presidente, Donald Trump, tomó una decisión que cimbró al mundo: el anuncio de su retiro del Acuerdo de París. Esto a pesar de que la Unión Americana es la segunda economía más contaminante del planeta, pues contribuye con el 15 por ciento global de emisiones de dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera. Tan sólo en 2015, generó 5 millones 172 mil 338 kilotoneladas de Gases de Efecto Invernadero (GEI), según datos de la ONU.
Apenas en diciembre de 2015, el entonces presidente de EEUU, Barack Obama, participó en la Conferencia de París sobre el Clima (COP21), donde 195 países firmaron el primer convenio vinculante mundial sobre el clima (mejor conocido como el Acuerdo París), el cual establece un plan de acción global para impedir que la temperatura en la Tierra aumente más de dos grados centígrados a finales del siglo XXI.
Trump justificó la decisión argumentando que su deber es proteger a los norteamericanos, por lo que su decisión daría pie a una renegociación que convenga más a los intereses de su nación pues, hasta ahora, no representaba más que “desventajas económicas” frente a las economías de China, India y la Unión Europea.
Según declaraciones del mandatario, “EEUU se está fortaleciendo en la industria del carbón y el Acuerdo bloquea la reapertura minera en su país, pero no en China”, algo que, enfatizó, “no puede permitir”. Agregó que, como en muchos otros convenios, su país quedaba en “una posición vulnerable”, por lo que buscarían renegociar el Acuerdo, “si logramos algo, excelente, si no, también”, sentenció.
Aunque aseguró que su país es y seguirá siendo el más comprometido con el cambio climático, la organización internacional Greenpeace dio a conocer que el retiro de EEUU podría alterar el equilibrio ecológico del planeta. “Las personas y el medioambiente ya están sufriendo los impactos del cambio climático. Las acciones globales sobre el clima no son un debate legal o político son una obligación ética para proteger a la población mundial y el planeta”, afirmó la organización en un comunicado.
Para Greenpeace, la postura de Trump refleja “lo lejos que está su visión de la del resto del mundo. El cambio está ocurriendo y es global. Los EEUU buscan retroceder; sin embargo, los líderes mundiales, los CEO y la gente en todo el mundo pueden y están avanzando hacia el futuro”.
La decisión hace eco
Tras el anuncio, 30 alcaldes, tres gobernadores, más de 80 presidentes de universidades y 100 negocios informaron que preparaban un plan de acción que sería presentado ante la ONU. Apple, Facebook, Google y Microsoft se pronunciaron en contra de la retirada y, junto a otras 25 empresas, compraron anuncios en The New York Times, The Wall Street Journal y The New York Post, en los que dirigían una carta a Trump pidiendo que EEUU se mantuviera en el Acuerdo.
Por su parte, la industria del carbón en EEUU celebró la decisión, aunque algunas compañías del sector energético, como Shell, levantaron la voz en contra: “nuestro apoyo al Acuerdo de París es bien conocido. Continuaremos haciendo nuestra parte para proporcionar más energía y más limpia”, apuntó la compañía británico-holandesa en su cuenta de Twitter.
Como país miembro del Acuerdo de París, EEUU se había comprometido a reducir entre 26 y 28 por ciento sus emisiones contaminantes, para 2025, con respecto de los niveles de 2005. Para entrar en vigor, al menos 55 países que representasen el 55 por ciento de las emisiones mundiales debían depositar sus instrumentos de ratificación. El 5 de octubre, la UE corroboró formalmente el convenio, lo que permitió que entrara en vigor el 4 de noviembre de 2016.
Según declaraciones de la directora para América Latina de Grupo ETC, Silvia Ribeiro, con el anuncio de Trump y la salida de EEUU del Acuerdo de París, en la escena mundial comenzó a posicionarse un tema: la geoingeniería. Esta vía alterna, señala, plantea combatir los síntomas y no el origen, es decir, continuar emitiendo GEI y al mismo tiempo hacer un negocio secundario vinculado a la contaminación. “Cuanta más contaminación, más negocio”, advierte.
Para la experta, la intención de Trump, en este caso, “al igual que en el del Tratado de Libre Comercio”, es renegociar poniendo sus condiciones de forma unilateral. El gobierno de Trump, apunta, está claramente en una posición de aumentar los Gases de Efecto Invernadero. Muestra de ello es su impulso de dos enormes oleoductos, Keystone y Dakota. El reactivarlos implica aumentar enormemente la extracción de combustible fósiles y eso va producir más GEI.
Luego del anuncio de Trump, ETC informó que el 24 de marzo alrededor de 100 científicos y gestores de políticas se reunieron en Washington. Invitados por integrantes de la comunidad científica de la Universidad de Harvard y de California en Los Ángeles, discutieron sobre el “entusiasmo creciente en torno a la tecnología de geoingeniería”, específicamente sobre la gestión de la radiación solar, que promueve la posibilidad de bajar la temperatura global desviando la luz del Sol”.
Geoingeniería, ¿al rescate?
Grupo ETC señala que la idea es imitar la acción natural refrigerante de las erupciones volcánicas, mediante técnicas como desplegar mangueras para bombear sulfatos a 30 kilómetros de altura en la estratósfera y así filtrar los rayos del Sol.
La Real Sociedad de Londres cree que esa tecnología tal vez resulte imprescindible, y estuvo trabajando con organismos homólogos de otros países para analizar cómo se debería controlar su uso. Hace unos meses, según informó la organización, las Academias Nacionales de Ciencias de los Estados Unidos expresaron “un tibio aval”, y el gobierno chino anunció una inversión sustancial en modificación climática, que podría incluir la gestión de la radiación solar. Rusia ya está trabajando en el desarrollo de la tecnología.
“A diferencia de la captura de carbono, bajar las temperaturas globales filtrando los rayos del Sol puede funcionar. En teoría, la tecnología es simple y barata, y su implementación está al alcance de un único país o un pequeño grupo de colaboradores; no se necesitaría consenso en la Organización de Naciones Unidas”, sostiene Ribeiro.
Pero la gestión de la radiación solar no elimina de la atmósfera los GEI. Sólo enmascara sus efectos. Si las mangueras dejan de funcionar, la temperatura del planeta volverá a subir. Aunque esta tecnología puede servir para ganar tiempo, supondría entregar el control del termostato planetario a los dueños de las mangueras. “El cambio climático es malo, pero la geoingeniería puede ser peor”, indica la especialista.
Ribeiro, quien estuvo en la conferencia de Washington, señala que “los científicos y políticos reunidos en París sabían que los gobiernos rebasarían el límite de los dos grados antes del 2050, si no es que antes, en 2030, a menos que se adoptaran reducciones obligatorias de Gases de Efecto Invernadero”.
Refiere además que otro planteamiento de la geoingeniería es la “bioenergía con captura y almacenamiento de carbono” (BECCS). Para el uso de esa tecnología, dice ETC, se necesitaría mantener un área de 1.5 veces el tamaño de India, llena de campos o bosques capaces de absorber inmensas cantidades de dióxido de carbono, y al mismo tiempo proveer alimentos suficientes para una población mundial que, se calcula, superará los 9 mil millones de personas en 2050.
“La industria de los combustibles fósiles promueve la captura del carbono para poder mantener sus minas abiertas y sus plataformas de extracción andando. Por desgracia para el planeta, muchos científicos consideran que esto es técnicamente imposible y supondría un esfuerzo financiero agotador, especialmente si hay que implementarlo a tiempo para evitar un caos climático”.
“Son tiempos peligrosos”, dice Ribeiro y concluye: “tenemos, de un lado, la negación de gobiernos que afirman que podrán mantener la temperatura por debajo de los dos grados centígrados para el 2100 sin promover la drástica reducción de emisiones y las alternativas reales para lograrlo, y tenemos al menos tres gobiernos poderosos que quieren experimentar con el clima: Estados Unidos, Rusia y China, que si pudieran, controlarían el termostato del planeta de forma unilateral. Es un momento muy peligroso como para que científicos ingenuos les den las herramientas y la excusa para evitar sus compromisos internacionales y pongan en marcha remiendos técnicos unilaterales, de alto riesgo y que amenazan el clima de todos.”
Clima sin control
Para Gustavo Ampugnani, director ejecutivo de Greenpeace México, la decisión del mandatario dificulta el alcance de las metas que los países se habían comprometido a alcanzar con el Acuerdo de París, pero no lo imposibilita.
En esa materia, la organización recomienda poner en marcha dos planes básicos para México centrados en la generación de energía y el transporte público: “Debe haber cambios muy concretos en la forma de generar energía eléctrica, se le tiene que dar una mayor prioridad a la generación a partir del Sol en un modelo distribuido, esto es, que los consumidores también puedan ser productores al instalar paneles solares. Tiene que haber una revolución de los techos y azoteas”, afirma.
De no alcanzar los objetivos, Greenpeace prevee severos impactos para el clima en el mundo, fenómenos cada vez más extremos: inundaciones, incendios forestales y sequías que provocarán altos costos humanos y financieros.
“Se espera que el aumento de la temperatura promedio del planeta esté en el rango de los tres a los cuatro grados centígrados. Para el año 2080 esto va a afectar de manera irreversible muchos de los ecosistemas tal como los conocemos hoy. Va a significar extinción masiva de especies, elevación en el nivel del mar y la cara más práctica de todo esto es el impacto que van a sufrir las comunidades de personas más desprotegidas y que están en una situación de alta vulnerabilidad y marginación. Las personas más pobres son las que van a sufrir más los impactos derivados del cambio climático, impactos que se espera estén fuera de control. Las consecuencias van a ser muy difíciles de manejar: un clima fuera de control”, pronostica el director de Greenpeace.