Durante esta temporada estival seguramente habrás escuchado con frecuencia ambos términos en medios de comunicación y, sobre todo, experimentado sus incómodos efectos. ¿Pero cuál es la diferencia entre ellos? ¿Realmente hace más calor que antes?
Ricardo Donato
Es la frecuencia de días cálidos, no tanto la presencia de temperaturas más altas lo que explica los sofocos de primavera y verano. Si se agrega la aglomeración urbana, el asfalto y los materiales en general con que están construidas las ciudades, el asunto se complica.
Al menos estos son los factores que destaca Elda Luyando, doctora en Geografía y académica del Centro de Ciencias de la Atmósfera de la UNAM, para explicar las oleadas de calor que han golpeado gran parte de México esta primavera-verano, con temperaturas que han rebasado los 40 grados centígrados en algunas ciudades del norte del país.
La académica señala que las altas temperaturas siguen estando en el mismo rango que en el pasado; lo que ha cambiado es su frecuencia, pues ahora pueden llegar a presentarse hasta 15 olas de calor en una sola década. “En las ciudades percibimos los periodos cálidos todavía más porque los materiales de construcción y las características de las calles propician la ocurrencia de sensaciones térmicas muy incómodas. En muchos lugares, sobre todo en países en desarrollo, no hay suficiente vegetación o fuentes de agua, que son sumideros de calor”, sostiene Luyando.
¿Ola o isla de calor?
Es importante distinguir ambos términos para entender a cabalidad estos fenómenos. “A las olas de calor podríamos llamarles eventos cálidos, y son muy normales en la primavera en una transición al verano en México”, afirma la también experta en climatología urbana.
Se trata de una época en la que el aire es muy estable, cálido y seco, lo que produce poco movimiento de vientos y, por ende, ausencia de nubosidad. Luego, la radiación del Sol “incide sin la interferencia de la nubosidad, lo que aumenta la temperatura”, indica la doctora Luyando.
Por su parte, la isla de calor es un efecto de las junglas de asfalto. “Gran parte de la radiación que proviene del Sol, en un lugar con vegetación, se gasta en evaporar el agua. En las ciudades, como no hay agua, debido a la ausencia árboles y fuentes de humedad, la radiación se destina a calentar el aire”, asegura la especialista de la UNAM.
Lo anterior, prosigue, aumenta la sensación térmica de incomodidad por calor de los habitantes. A lo largo de día, además, los rayos solares calientan los materiales de las edificaciones, sin que éstos sean capaces de enfriarse rápidamente por las noches, como sí sucede en las zonas rurales con vegetación abundante.
Dado que el proceso de enfriamiento es mucho más lento en las ciudades, entonces, “la radiación que emiten las edificaciones choca de una pared a otra, sobre todo en el centro de las ciudades, por lo que a la mañana siguiente las construcciones todavía están tibias. Aunque disminuya la temperatura exterior, las casas permanecen calientes y no alcanzamos el confort térmico para descansar verdaderamente”, explica la académica.
La planeación urbana es la clave
Más que achacarle todo al cambio climático, sin duda también un factor importante, el problema tiene que ver más con procesos deficientes de urbanización y el crecimiento desordenado de las ciudades, sobre todo en las naciones subdesarrolladas.
En estos países, comenta Luyando, “la gente no está dispuesta a desperdiciar espacios en la construcción de áreas verdes, aun sabiendo que ofrecen plusvalía, pues prefieren explotarlos como zonas comerciales, fábricas o centros habitacionales”. Así, el interés económico, la falta de visión y planeación urbana priman sobre el cuidado del planeta.
Medidas más efectivas de climatización
Una de las soluciones obvias e inmediatas es la instalación de climatización mecánica al interior de los inmuebles. El problema, sin embargo, es que se trata de una medida reactiva, cortoplacista. En consecuencia, lejos de resolver el problema se obtiene el efecto contrario: más contaminación y emisión de gases de efecto invernadero, lo que agrava la frecuencia –no necesariamente la intensidad– de eventos climáticos extremos, como las olas de calor.
En cambio, los sistemas pasivos de climatización, poco comunes en México, son una mejor opción. “Por ejemplo, hay algunos edificios donde ponen muros y techos verdes, pintan las casas de colores claros, para mejorar el ambiente térmico de la ciudad. Aunque habría que estudiarlo muchísimo más, los muros verdes funcionan en cuanto a las condiciones internas del inmueble, pero no generan oxígeno ni nada, solamente favorecen las condiciones térmicas de la vivienda”, comenta Luyando.
Lo ideal, por supuesto, pasa por reformular la planeación de las ciudades, los materiales con las que se erigen y su impacto en el entorno. “Habría que ser más conscientes de sembrar más árboles, lo más que se pudiera en las calles, pintar de colores claros las fachadas o tener plantas en las azoteas, pequeñas medidas para mejorar el medioambiente”, recomienda la también especialista en cambio climático.
Finalmente, ante los retos que implica el cambio en el clima, gobiernos, empresas y personas deberán fomentar más la cultura de la prevención. “Deberíamos estar preparados siempre, para una temporada de calor, de lluvias o sin ellas, por eso requerimos más programas de prevención y, sobre todo, no seguir promoviendo asentamientos humanos en sitios donde no se debe. En cuanto al ahorro de recursos, es mucho mejor prevenir que remediar los daños, pues resulta más caro sacar a las comunidades de los desastres; para ello, es necesario establecer toda una cultura que no tenemos”, concluye la doctora Elda Luyando.
Tomada de Revista Cero Grados Celsius